martes, 24 de agosto de 2010

El monstruo de los cañaduzales





El 6 abril de 1999 fueron encontrados los restos de un niño en la hacienda Papayal de Palmira, en los alrededores de Cali, Colombia. Antes de su muerte, había sido violado. 

Las autoridades pensaron que se trataba de una víctima más de Luis Alfredo Garavito, un asesino serial despiadado que había conmovido al país con más de cien crímenes de niños. 

Pero Garavito tenía un imitador, Manuel Octavio Bermúdez, apodado “El monstruo de los cañaduzales”, ya que abandonaba a sus victimas en los campos sembrados de cañas de azúcar. 

Bermúdez era un hombre casado, tenía dos hijos, y mantenía a su familia con la venta ambulante de helados. El trabajo era un disfraz ideal para sus impulsos homicidas. Le servía para acercarse a niños que luego llevaba en su bicicleta hasta la espesura de las plantaciones de caña de azúcar, donde los drogaba con lidocaína, los violaba y asesinaba. 

En diciembre del 2002, cuando ya se habían encontrado nueve víctimas, debido al miedo y la presión social existente, las autoridades conformaron un grupo de investigación que reunió las pistas dejadas por el homicida en las escenas de los crímenes. En casi todas hallaron cordones de zapato y en ocasiones jeringas, ampolletas y frascos vacíos con lubricantes. Además, encontraron a un testigo clave, un niño que había logrado escapar del homicida en 2002, que ayudó a crear un indentikit del asesino, contó que utilizaba una bicicleta para sus crímenes y reveló un detalle físico: el asesino cojeaba en el pie derecho. 


El 18 de julio del 2003, la familia de una de las víctimas reconoció a un sospechoso que reunía las señas reunidas en la investigación. El vendedor de helados Manuel Octavio Bermúdez fue detenido y en su billetera se encontraron restos de un envase de lidocaína y un calendario con ciertas fechas marcadas. Las fechas coincidían con la desaparición de algunas de las víctimas hallada hasta el momento. 

Al allanar su vivienda, se descubrió que Bermúdez guardaba recortes de prensa sobre los asesinatos de los niños y una colección de objetos y prendas íntimas de sus víctimas, trofeos de sus crímenes. 

La abrumadora cantidad de pruebas recogidas en su contra provocó finalmente la confesión del asesino. Bermúdez contó cómo conseguía a sus víctimas, entre los 9 y 13 años, en los mercados y cerca de colegios de la zona del valle del Cauca, y les ofrecía diez mil o quince mil pesos para que lo acompañaran a cortar caña. Una vez en el cañaduzal, el destino de las criaturas estaba sellado. 



El 17 de febrero de 2004, Manuel Octavio Bermúdez fue condenado a 56 años de prisión por el homicidio de un menor, pero la condena fue reducida a 26 años y ocho meses de cárcel ya que reconoció los crímenes. 

Hasta el momento, Bermúdez sólo fue condenado por un asesinato y una violación, a pesar de que reconoció que asesinó y violó a 21 niños en los municipios de Palmira, Pradera, Buga y Tulúa. Sólo 17 cuerpos fueron hallados, y seis de ellos siguen sin identificar. Cuatro niños no han sido aun encontrados. 

Manuel Bermúdez comparte su encierro en la prisión de Valledupar con Luis Alfredo Garavito, el sanguinario asesino serial al que buscó emular. 

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